Exposición
del Pastor Dr. Néstor O. Míguez, en respuesta a la Ponencia del
P. J. Pawlikowski, OSM, en el marco de la Conferencia Agosto/2014.
El Pastor, Dr N. Míguez es argentino, Presidente de la Federación
Argentina de Iglesias Evangélicas
Respuesta
a la conferencia:
“TOWARDS
A RENEWED THEOLOGY OF CHRISTIANITY’S BOND WITH JUDAISM”
de
John T. Pawlikowski, OSM, Ph.D.
Buenos
Aires, Argentina
Agosto
2014
Dr.
Pastor Néstor O. Míguez
En primer lugar, quiero agradecer al
padre Pawlikowski por la
conferencia que acabamos de escuchar. Es, sin duda, una excelente
exposición teológica, bien informada, documentada, actual y
desafiante. Es una responsabilidad que me excede tratar de valorar
con justicia, en unos pocos minutos, todos los argumentos que abre,
la amplitud de su propuesta, siendo que yo no soy un experto en
diálogo cristiano-judío, y mi lectura interreligiosa proviene más
bien de mi interacción con pueblos originarios de América. Por eso
mismo me limitaré a señalar algunos puntos que me gustaría
destacar, y de paso señalar algunas diferencias que puedan
contribuir al debate.
Probablemente estas diferencias
provengan del contexto que cada uno de nosotros vive. En ese sentido
quisiera destacar tres elementos:
América Latina es el continente
que experimentó el mayor genocidio de la historia humana. La mitad
de la población originaria fue exterminada en los primeros
cincuenta años de la conquista. Casi 50 millones de personas
murieron por las guerras de conquista, por el sometimiento a
esclavitud y condiciones laborales opresivas y por la destrucción
del medio ambiente, incluyendo la introducción de enfermedades
desconocidas. Asesinatos, torturas, violaciones, y toda clase de
rapiña, el despojo de sus tierras y la destrucción de la cultura,
en muchos casos justificados en nombre de la fe cristiana, arrasaron
con gran parte de la población nativa. Por ello, si bien es
comprensible que en el continente europeo la conciencia de la Shoah
marque la agenda del diálogo cristiano-judío, en nuestro
continente esto no puede hacerse desconociendo la significación y
responsabilidad cristiana en este otro genocidio. Si Auchwitz obliga
a repensar la teología cristiana, ¿por qué no lo hace Cuzco, la
campaña del desierto patagónico o las minas del Potosí?
Esto me lleva a un segundo punto,
y que es la consideración de las condiciones sociales, culturales,
políticas que se dan en toda relación, en todo diálogo. No
podemos ignorar que aún los argumentos teológicos serán
expresados e interpretados en un mundo atravesado por luchas de
poder, por prejuicios y violencia. Ello nos obliga a preguntarnos
cómo interviene nuestra comprensión doctrinal en una realidad
donde hoy han tomado nuevo impulso, desafortunadamente, actos
terroristas y guerras que se amparan en visiones religiosas (aunque
encubren otros intereses), y en las que son sistemáticamente
vulnerados los derechos y dignidad humanas, especialmente de los más
débiles y desprotegidos.
Un tercer elemento es de carácter
doctrinal-cultural. Soy un pastor evangélico latinoamericano,
profesor de Nuevo Testamento, respondiendo a un sacerdote católico
norteamericano, profesor de ética. Y si bien compartimos una fe
común, los modos y tradiciones en nuestro quehacer teológico son
distintos. Los decretos conciliares, como Nostra Aetate (NA)
o las declaraciones papales, si bien son apreciados, no tienen para
nosotros el mismo peso y significación que tienen para un católico
romano, y en cambio, es ineludible la cita bíblica en toda
construcción teológica. Por otro lado el ambiente teológico del
norte es muy distinto a lo que vivimos en el sur.
Trataré de mostrar como estas
perspectivas locales pueden vincularse con la propuesta que acabamos
de escuchar. Comenzaré por señalar una de las afirmaciones
centrales del padre Pawlikowski: los judíos no pueden considerarse
como exilados del pacto original con Dios. Esta afirmación abre al
menos dos nuevas dimensiones: una, el contenido de ese pacto, y
segundo, si el pacto en Cristo no anula el pacto con Abraham y
Moisés, ese pacto abrahámico ¿anula los anteriores pactos, con
Adam y Noé?
La primera y la segunda pregunta se
relacionan. El pacto abrahámico y la Alianza del Sinaí, ¿son señal
de una elección excluyente, o símbolo y proyección de la gracia
divina hacia la humanidad toda? Los propios textos hebreos de las
Sagradas Escrituras oscilan entre una y otra interpretación. No
tengo tiempo aquí de profundizar en esta pregunta y los argumentos
de una u otra posición, pero creo que el propio expositor nos ha
dado una pista: si una teología de la encarnación nos presenta el
camino de una nueva comprensión de la relación de Dios con la
humanidad y lo humano en su totalidad, eso arroja luz sobre la
interpretación de los pactos anteriores, también como acercamientos
de Dios a la humanidad y no solo y en exclusividad a un pueblo en
particular. En la palabra de Pablo según el libro de los Hechos: “En
las edades pasadas él ha dejado a todos los pueblos andar en sus
propios caminos; si bien no se dejó a sí mismo sin testimonio,
haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos,
llenando de sustento y de alegría nuestros corazones” (Hechos 14:
16-17). El # 2 de NA se nutre de esta misma idea.
Esto me lleva a mi segunda pregunta,
sobre la vigencia de los pactos adánico y con Noé. Si la nueva
alianza en Cristo no anula la Alianza del Sinaí, ¿porqué debe
interpretarse que ésta desconoce la alianza con Noé, que se
extiende a todos los pueblos? Esto refuerza mi anterior argumento, en
el sentido de que el pacto de Abraham debe leerse a la luz de los
anteriores pactos, y no en sustitución de ellos. La promesa a
Abraham, “en ti serán benditas todas las familias de la tierra”
(Gen 12:3) proyecta la bendición divina a todos los pueblos. Como
señalara el padre Pawlikowski, el tema de la evangelización de los
judíos pone preguntas a todo proyecto evangelizador, y por ende, y
especialmente para nosotros en América del Sur, el modo en que se
realizó la evangelización de América, y el empeño por sostenerla
como fundante cultural de la América Latina (y en su versión
protestante, de América del Norte) y su reevangelización. En
conclusión de esta primera observación, una relectura de la
relación con el judaísmo provoca una revisión de toda la teología
y práctica cristiana de la misión. En todo caso, como un punto
particular de ello, a la luz de la significación especial que tiene
el origen judaico del cristianismo, pero no como una empresa
teológica diferenciada. En mi visión, no podemos aplicar un
argumento al judaísmo y otro al resto de los pueblos y sus
creencias. NA incluye el diálogo con el judaísmo en el
conjunto del diálogo con otras religiones.
En ese contexto, no podemos ignorar que
toda elaboración teológica se juega en un contexto, como dije, de
luchas y conflictos por el poder. La intervención de fuerzas
occidentales en conflictos intra e internacionales en Medio Oriente y
el norte africano no ha sido inocente ni neutral. Y por cierto eso ha
sido leído así, y ha traído mayor rencor y prejuicio. Una
particular alianza del cristianismo con Israel, que no valore por
igual la responsabilidad hacia otros pueblos y hacia el género
humano todo no hará sino azuzar aún más enfrentamientos, odios y
prejuicios que terminan por favorecer a los sectores más radicales,
violentos y fanáticos de otros pueblos y grupos religiosos.
Y esto lleva a mi tercer punto, que es
la interpretación cristológica. Y que no está separada de lo
anterior, del contenido y alcance de los pactos de Dios con la
humanidad y con Israel. Porque si bien la Ley es parte de los pactos
de Dios, también lo es la promesa mesiánica. En el judaísmo del
tiempo de Jesús había por cierto una diversidad de lecturas de la
propia tradición israelita. Y si bien el rabinismo de raíz farisea
termina por ser dominante, otros grupos afirmaban más la raíz
profética y mesiánica, con distintas interpretaciones. Jesús no
fue el único que fue reconocido como Mesías, ni en su tiempo ni
después. El problema que surge es que dentro del propio judaísmo
aparece una tensión irreductible entre el énfasis en la ley y la
expectativa mesiánica. Escribe el rabino J. Taubes:
“La historia cristiana, la pretensión de Jesús de
ser el mesías y la teología paulina de Cristo como el fin de la ley
no son en modo alguno “acontecimientos únicos” para el judaísmo,
sino cosas que aparecían una y otra vez en el modelo básico judío
de la existencia religiosa. Como ya dije, la historia cristiana no
constituye un “misterio” para la religión judía. El
cristianismo representa una crisis que es “típica” en la
historia judía, y en la que se expresa una típica herejía judía:
el mesianismo antinómico –la creencia que con la llegada del
mesías lo importante para la salvación será la fe en él y no el
cumplimiento de la ley--.
Es decir, en su expresión, el
cristianismo es “una típica herejía judía”. Y como tal fue
entendida también por el judaísmo rabínico de su tiempo. El
cristianismo no puede dejar de ser herético para el judaísmo sin
renunciar a su particularidad, que es la universalidad del amor
divino, que supera toda ley. Un cristianismo no mesiánico y una
lectura no redentora de la cruz
(sea en su variante sacrificial o en la no sacrificial) poco aporta
al judaísmo. Por el contrario, vaciaría de significado una
tradición que se nutre del propio legado israelita, si bien un
legado marginal, cuestionador. Por eso, en su interpretación del
pacto, Pablo recupera la promesa y la fe antes que la ley y la
etnicidad (Flp 3:3-9), y ve en Jesús el inicio del tiempo mesiánico
en el cual esa promesa divina comienza a cumplirse para Israel y la
humanidad toda. Por eso Pablo no deja de considerarse israelita. Pero
renuncia a la interpretación farisea de la ley y a la centralidad de
la identidad étnica (Gál 5:1-6) para explorar la significación
mesiánica del pacto. También Juan, en el mismo prólogo en el que
afirma la encarnación concluye que “la ley fue dada por medio de
Moisés, pero la gracia y la verdad llegaron a ser por medio de
Jesús, el Mesías” (Juan 1:17).
Finalmente cabe preguntarse si para el
judaísmo no resulta tan difícil aceptar a Jesús como Mesías, como
aceptar una teología de la encarnación que afirme que en Jesús
“habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col 2:9).
Es decir, un Dios único no puede ser sino un Dios universal, al cual
le duele Dachau tanto como Wounded Knee o Napalpí.
La propuesta del padre Pawlikowski sobre una cristología de
la encarnación nos pone en ese camino. Pero, digo yo, no como
alternativa a la raíz mesiánica, sino como su proyección. Porque
lo mesiánico es la matriz de la esperanza, como bien lo descubrió
otro mártir del judaísmo, Walter Benjamin. Justamente por ello, en
mi comprensión, es un tema ineludible en todo diálogo
judeo-cristiano ver a Jesús y a Pablo como los que, desde el
judaísmo, proyectan a toda la humanidad la dimensión escatológica,
liberadora, universal del pacto de Dios con Israel. Mi lectura de NA
va por ese camino.